Sus pechos se movían en un vaivén cada vez más frenético hasta que los sujetó pellizcándose los pezones y lanzando un quejido de placer interminable. Puso su mano en mi pecho para que parara y estuvo un momento con los ojos cerrados y quieta.
-Sácala despacio que ahora me duele, dijo con los ojos entornados sobre unas leves ojeras que le aparecieron.
Así lo hice, y me tumbé junto a ella.
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