Me daba un masaje por encima del pantalón mientras le desabotonaba la camisa y dejaba a la vista el sujetador de encaje negro del que rebosaban sus preciosos pechos, duros y redondos.
- Vamos a la cama.
Me cogió de la mano y me llevó a su dormitorio, se quitó la camisa y dejó caer la falda al suelo.
- Eres mi diosa, mi cielo, le decía mientras le picoteaba a besos todo el cuello hasta llegar a sus pechos. Mi lengua dibujaba la línea del sujetador mientras lo desabrochaba para dejar libres dos pezones de caramelo.
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